Entre los antiguos, las palmas eran un símbolo de triunfo y de alegría. Simón Macabeo entró con los suyos en la ciudadela de Jerusalén, conquistada a los sirios, llevando ramos de palma y cantando alabanzas a D’s, al son de harpas, de címbalos y de liras y entonando himnos y cánticos por haber exterminado un gran enemigo de Israel (Libro primero de los Macabeos, XIII, 51). Cuando en el reinado de Judas Macabeo se procedió a la purificación del Templo, tuvo lugar una fiesta semejante a la de los Tabernáculos “Por cuyo motivo leemos en el Libro segundo de los Macabeos (X, 7), los judíos llevaban en las manos ramos verdes y palmas en honor de aquel que les había concedido la dicha de purificar su santo Templo”. El rey Demetrio de Siria envió a Simón Macabeo la siguiente comunicación a raíz de haberse reconocido como soberano “Hemos recibido la corona de oro y la palma que nos habéis enviado...” (Libro primero de los Macabeos, XIII, 37).