Los judíos se asentaron por primera vez en Norteamérica a mediados del siglo XVII. Sin embargo, desde el principio, la vida allí fue diferente de la de Europa, con pocas restricciones basadas en la religión, tanto antes como después de la Independencia americana (1776). Como los judíos eran capaces de integrarse con sus vecinos no judíos, no se necesitaba una comunidad separada, autónoma, como había sucedido en Europa. Existían comunidades judías individuales con sinagogas, desde luego, pero convivían con la organización protestante y católica, y todos formaban parte de una única comunidad en la que la diferenciación religiosa era, en general, poco importante. Cuando los judíos empezaron a florecer, otros, al oír hablar de su prosperidad, abandonaron Europa para unirse a ellos. Pero fue la emancipación y reforma religiosa en Europa lo que provocó un gran crecimiento del número de judíos americanos en el siglo XIX, aumentando de 6.000 en 1826 a unos 150.000 en la Guerra Civil (1861), muchos de los cuales procedían de Europa y de la tendencia reformista. Sin embargo, la persecución en Rusia y Europa del Este a partir de 1881 dio origen a un gran número de nuevos inmigrantes; unos dos millones llegaron a América en las décadas siguientes, la mayoría de ellos ortodoxos. Esto explica la diversidad dentro del judaísmo norteamericano, así como el predominio de la ortodoxia y el conservadurismo. Además, la creciente confianza de los judíos norteamericanos, basada en su número y en la tolerancia religiosa general, explica el apoyo al ideal sionista y al estado de Israel. En 1920 había unos cuatro millones y medio de judíos en EE.UU., y en la década de los ochenta, solo en New York unos dos millones; en Canadá hay alrededor de 300.000 judíos, de este modo el panorama global del judaísmo mundial se ha transformado, constituyendo en la actualidad los judíos norteamericanos la tercera fuerza vital junto a los judíos europeos e israelíes.