Biografías

Con el nombre de Juan Poeta es conocido el trovador Juan de Valladolid, que vivió en la segunda mitad del siglo XV, y cuyos versos se encuentran en el Cancionero de buras. Según Montoro, era judío converso. Se ganaba la vida recitando versos propios y ajenos y vagando por Castilla, Aragón y Andalucía /España), pidiendo dinero a todo el mundo. Cuando supo de la conquista de Nápoles, pasó a Italia a proseguir su profesión de juglar. Recorrió Nápoles, Mantua y Milán (Italia), donde anduvo de 1458 a 1473, dándose a conocer no sólo como bufón e improvisador, sino también como astrólogo. Menéndez y Pelayo cita, a propósito de esto, un artículo publicado en 1890 por Mota en el Archivio Storico Lombardo, titulado Giovanni de Valladolid alle corti di Mentova e Milano. Al regresar a España, cayó en poder de unos corsarios africanos que le vendieron en Fez (Marruecos), donde permaneció cautivo algún tiempo. Rescatado y vuelto a Castilla, su desgracia excitó las burlas de los poetas cortesanos, acaudillados por el conde de Paredes, padre de Jorge Manrique. “Como el Juan Poeta, dice el crítico antes citado en su Historia de la Poesía castellana en la Edad Medía, era sospechoso en la fe a título de neófito judaico y hombre de pícara y estrafalaria vida, inventaron en burla el cuento de que se había hecho mahometano, y se complacieron en describir con gran lujo de pormenores cuán de buen grado se había sometido a la circuncisión (que no había sido menester hacerle) y a las ceremonias y abluciones mahométicas”. No hubo insolencia que los poetas de su tiempo no le dijeran: un jugador le acusa de haberle dado una “dobla quebrada”; Antón de Montoro avisa a la reina Isabel la Católica que esconda su baxilla donde no le tope, y los hidalgos y magnates le humillaron vistiéndole su librea. Y, sin embargo, como dice Amador de los Ríos, este juglar, tan duramente motejado, este desdeñado truhán, que devolvía con frecuencia a sus detractores, ya nobles, ya plebeyos, injuria por injuria y sátira por sátira, osaba levantar sus miradas a las esferas de la política, donde sólo tenían voz y voto los ricoshomes castellanos, para condenar o aplaudir con libertad, acaso excesiva, los sucesos que presenciaba indolente la nación entera. Notables son en este concepto las coplas que dirige a don Alvaro de Luna; eco en ellas, al propio tiempo, de la ofendida nobleza y de las clases populares, para quienes era altamente odioso el favoritismo, que había tenido en tutela a los reyes de Castilla desde la época de Enrique II, no solamente condena la soberbia, tiranía y codicia del condestable, sino que volviéndose de pronto al rey don Juan le declara que sólo desde el momento en que atajó la desenfrenada altivez de don Alvaro, merece el título de tal rey.
Fuente:
Viernes, 26 de abril de 2024 -

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